Hayuta y Berl, de 80 y 84 años, viven a duras penas gracias a las escasas ayudas que les concede el gobierno israelí. Su vida, marcada por la cotidianidad, se articula en torno a hábitos mínimos que definen el carácter y mentalidad de cada uno de los ancianos de una manera concisa y certera. Berl se levanta temprano todas las mañanas para robarle el periódico que no se puede permitir a su vecino, además de ser un manitas que desmonta todo lo que tiene a su mano. Romántico declarado de la causa socialista en la que participara de joven junto a su esposa, se entristece ante las injusticias y fantasea con una sociedad que ya se ha demostrado utópica. Hayuta, en contraposición, se abandona conscientemente a la deriva, aceptando su posición en el sistema y procurando no interferir en los sueños que su marido se empeña en preservar inútilmente.
La visita inesperada de una asistente social aporta luz a la realidad que Hayuta y Berl evitaron confrontar durante tantos años. Un pequeño test médico que determina el grado de incapacidad de cada uno de los ancianos desvela, más que sus evidentes achaques físicos, el sentimiento de fragilidad que se esconde tras su fachada. Este leve reconocimiento embarcará a Hayuta en un viaje de aceptación y resignación paralelo al del testarudo Berl en su quijotesca empresa.
Amir Manor, el director, retrata a sus personajes con respeto sin por ello obviar sus debilidades, traumas y penurias, con un elogiable pulso en una historia que podría haber caído en el ridículo en las manos equivocadas. Acompañando a los protagonistas en su periplo existencial a lo largo de un día, retrata acertadamente una evolución que sólo puede desembocar en un único lugar. Puede reprochársele a la por otra parte correcta realización de Manor una excesiva reiteración en la justificación del rumbo que toma la obra, que ya queda delimitado perfectamente en la dolorosa escena de la compra de medicamentos. Para el material inflamable que maneja el realizador israelí, resultaría temerario acusarlo de falta de sutileza, aunque también es cierto que el resultado final podría haber resultado más elegante si se demostrara más confianza en el espectador y se decidiera pulir alguna redundancia del guión.
Epilogue no está exenta de una disimulada crítica social a un sistema que se olvida de sus miembros improductivos, conducida mediante los sentimientos de los propios protagonistas sin necesidad de señalar o explicitar la situación. Más que en la relación de la pareja con el mundo, representado en unos cálidos personajes secundarios conscientes de la realidad y marcados por una simpatía culpable, el velado comentario crítico se hace evidente en el desamparo de los protagonistas que aceptan su condición, su impuesta inutilidad ante una sociedad que les ha dejado hace mucho tiempo atrás.
La travesía de Hayuta recorre diversos estados de aceptación: en cuanto la precaria comodidad de la pareja se muestra insuficiente para sus necesidades vitales, el desaliento y resignación se hacen evidentes en los gestos de una espléndida Rivka Gur (su velada decisión estremece), aunque su pesimismo se tambalea frente a la amabilidad humana. Más tarde se permite soñar una vez más en el lugar más propicio, la sala de cine. Su intensa mirada y fascinación ante las imágenes de Indiana Jones fácilmente podría recordarnos a la de Anna Karina en Vivir su vida. Se hubiera quedado toda la noche iluminada por la luz del proyector. Una cálida conversación con su hijo emigrado a Nueva York la devuelve de nuevo a la realidad, derrumbándose ante la incomprensión mostrada por su marido desde la marcha de su hijo. Un último encuentro con un desorientado padre ratifica su pérdida de fe de una vez por todas.
Al llegar la noche la pareja se reencuentra y la situación estalla. Hayuta reprocha a su marido su optimismo exacerbado y su ceguera ante lo evidente, lo enfrenta a sus miedos y le descubre sus debilidades, desvelando la quimera que articula su vida. Berl termina por derrumbar su sólido muro y disfrutan de una noche que ambos se debían, asumiendo que lo único que necesitan es estar junto al otro.