En La leyenda del tiempo (2006) el director Isaki Lacuesta capturaba el presente de dos personajes muy distintos: una japonesa que viajaba a España para aprender el cante flamenco y un chaval joven cuyo padre había sufrido una muerte violenta recientemente y que le hace renunciar a cantar. Dos focos concretos definían la película: el contraste entre la pérdida de cierta parte de la identidad cultural de Isra con el intento infructuoso de Makiko de asumir como suya una tradición que le es ajena. En ambos casos confluyendo la experiencia de sucesos externos a los que tienen que enfrentarse al momento y que definen sus vidas. Estas coordenadas configuraban la película a partir de la dimensión social de la identidad —cómo afecta el entorno, las personas con las que se relacionan, los hechos que no dependen de ellos— y el tiempo como un concepto inmediato, que el film transmite sin manipularlo usando cámaras digitales, con autenticidad e inmediatez. Años después el director catalán vuelve con Entre dos aguas a retomar al personaje de Isra y su hermano mayor Cheíto. El primero saliendo de la cárcel para retomar la vida con su familia tras cumplir una condena por tráfico de drogas y el segundo convertido en panadero en un barco de la Marina.
Este regreso a la isla de San Fernando y más específicamente al barrio gitano de La Casería retoma a unos personajes que ahora no miran a un futuro de incertidumbre en el que cualquier cosa es posible. El nuevo largometraje de Lacuesta se centra en la identidad desde una perspectiva personal e interna, desde la suma de las decisiones que han llevado a los hermanos al punto en el que están actualmente y cómo esas decisiones suponen determinada responsabilidad que asumen o esquivan de una forma u otra. Cheíto intenta proveer a su pareja cierto nivel de confort y le preocupa que su ausencia en largas misiones afecte a su relación. Isra no se resigna a trabajos convencionales en condiciones miserables y tiene cierta querencia a retomar actividades ilegales que son más rentables, requieren menos esfuerzo y también le arriesgan a volver a la cárcel y perder el contacto con sus hijos y la madre de ellos. Todo registrado con la textura que proveen cámaras en formato analógico, muy acorde a la aproximación de una crónica fílmica que no se crea delante de los ojos del director y del espectador al instante, sino que tiene un trasfondo y un pasado, una larga serie de antecedentes que han llevado a sus personajes centrales al momento exacto en el que se encuentran. Un tiempo pasado que Entre dos aguas mezcla con las conversaciones entre amigos y vecinos, los chapuzones en el mar y cierta falta de conclusión presente respecto al fallecimiento de su padre que poco a poco emerge hasta su explosión emocional.
La hibridación entre ficción y realidad —entre la utilización de recursos típicos del documental y el artificio dramático prácticamente transparente— da lugar a la creación de un relato enérgico en su montaje, cuyas imágenes rebosan vida registrando elementos biográficos de sus protagonistas pero también recogiendo las vivencias y la forma de vida de los habitantes de una región que puede parecernos muy lejana a los ajenos a ella, pero que al mismo tiempo permite descubrir conexiones muy elementales con los conflictos, los problemas cotidianos, las preocupaciones y las esperanzas de quienes aparecen reflejados en pantalla. Entre dos aguas no renuncia a evocar elementos que aparecían en el episodio anterior de la vida de los hermanos que se pudo ver en La leyenda del tiempo —cuyo visionado se vuelve imprescindible para poseer un entendimiento completo de la transformación de los hermanos y la escala real de sus vivencias—, insertando metraje de aquella para contextualizarlos dentro de la narración actual. Esa continuidad forzosa es algo irrenunciable por el mismo concepto prácticamente nostálgico de la cinta —recuperando lugares, personas, objetos e incluso reproduciendo planos exactos en su composición—, que resulta coherente con la inevitabilidad del paso del tiempo que también pretende retratar.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.