Dice el tópico que a veces la libertad de ser diferente condena a la soledad. Que lo singular no encaja bien en un mundo dominado por la repetición. En En cuerpo y alma, la directora húngara Ildikó Enyedi filma dos soledades diferentes, dos polos negativos que finalmente logran atraerse.
Ganadora del Oso de Oro a la mejor película en la pasada edición de la Berlinale, En cuerpo y alma se basa en la relación que establece Endre, tullido director financiero de un matadero, y Maria, una nueva empleada con problemas para relacionarse.
Ya desde su inicio, la película de Enyedi inocula en su puesta en escena un ambiente frío, dominado por la mecanicidad y la pesadez rutinaria del mundo del trabajo. En un un claro homenaje al maravilloso mediometraje de Georges Franju Le sang des bêtes, la directora nos muestra a gente normal, que toma café, come y conversa antes de su jornada laboral; y a su contraplano: las reses que deben despiezar y desangrar. Cerca de allí, pero a la vez muy lejos, las miradas perdidas de Maria y Endre, dos ciervos en medio de un bosque nevado, sobreviviendo en libertad, pero también en soledad.
Las interpretaciones contenidas, sobrias y en ocasiones gélidas de Morcsányi Géza y Alexandra Borbély son filmadas por la cámara de Enyedi con la delicadeza que se merecen sus personajes, tan frágiles y silenciosos que hasta una mirada podría romperlos. La directora y guionista construye una relación a fuego lento, dominada más por lo mágico y lo imaginario (los sueños que comparten los dos protagonistas) que por un contacto real, verbal o físico.
Aunque es cierto que las metáforas visuales que tan alegremente maneja la directora pueden tornarse obvias en ocasiones, subrayan una querencia por la contención y por las imágenes simbólicas, poco habituales en un género tan propenso a la verborrea. Enyedi se vale de la estructura clásica de una comedia romántica para forzarla hasta el exceso, especialmente en una escena del final que parece querer cortar, mediante la hipérbole, con las típicas escenas de despedidas en aeropuerto, lágrimas con helado o lluvia y cena para uno.
Esas secuencias finales le sirven a la directora para desprenderse definitivamente de un cierto toque naïf, excesivamente ‹cuqui›, presente en la película mediante algunas subtramas, derivas y personajes que, si bien quieren aportar un contrapunto cómico, en ocasiones empañan la fría calidez de la historia principal. También evitan, pese a rozarla en muchos momentos, la caricaturización de los personajes, manteniendólos verosímiles pese a sus numerosos tics.
En cuerpo y alma es una historia de amor a baja temperatura, que logra en sus mejores momentos transmitir sensaciones tan humanas como la soledad o el enamoramiento, el desasosiego o la esperanza. Un film que nos hace sonreír sin artificios, huyendo de sentimentalismos y jugando de manera sutil la carta de las sensaciones.
A veces, cuando no es posible encontrarse en la realidad, basta con compartir el sueño. Quizás una metáfora para todas aquellas personas cuya soledad se remedia en parte gracias a la etereidad del mundo digital, una realidad alternativa que, como en el sueño, permite cubrirse de máscaras para poder revelar lo íntimo.