Bettie está casi en los 70 y aún sigue siendo hija, aún vive en la casa que nació junto a su madre, lugar en donde se refugió tras la aparatosa muerte de su marido. Su madre la trata como una adolescente, asfixiándola a veces, reconfortándola en otras.
Bettie tiene una hija ciclotímica a la que hace años que no ve, su relación llena de reproches y distancia es básicamente inexistente desde la muerte de su padre.
Bettie también es abuela, apenas conoce a Charlie, su nieto, que ni siquiera la recuerda y con el que solo comparte un recuerdo perdido de cuando con cinco años lo llevo al acuario.
Bettie es Bettie, una enamoradiza sin remedio que superó con estoicismo la muerte de su marido, salvada por el consuelo de otro hombre, un amante casado, que cuando por fin se decide a dejar a su mujer, no lo hace para correr a sus brazos, sino para acudir a los de una jovenzuela. Ella, que trabaja en un restaurante de pueblo en la profunda Bretaña, acosado por las deudas, no es feliz, es más le cuesta imaginar cuando lo fue por última vez, siente, que de alguna manera su vida se le ha pasado por delante. Por eso cuando descubre la traición, siente una imperiosa necesidad de volver a fumar, empezando así un viaje, que empieza como huida y acaba como un renacimiento.
Aunque ante todo Bettie es Catherine Deneuve. Bercot cumple así un deseo personal de filmarla, de escribirle un papel, que es imposible de cuadrar en otra cara, creado por y para ella, que le da (tras mucho tiempo) un rol a la altura de su talento. Catherine que no actúa, simplemente aparece, regala una interpretación llena de matices. Emmanuelle Bercot se recrea en Deneuve, la cámara le sigue ya desde se primer plano en que Bettie mira al mar, mientras nosotros miramos su cabellera rubia, un paseo matinal, con el horizonte como límite. Este no será el único plano cerrado sobre ella, descubriendo una admiración explicitada por una de las últimas damas del cine. Fotografía cálida y brillante, con una banda sonora seleccionada con mimo y optimismo y con un grupo de actores que respaldan a Deneuve de lo más atípico: Claude Gensac (Coprotagonista mítica de películas de Louis De Funès), Camille (Cantante y como curiosidad hace 10 años canto una canción escrita por su padre con el mismo título que esta película y con la guarda bastantes coincidencias), Gérad Garouste (Pintor) y Nemo Schiffman el propio hijo de la realizadora, unido al breve papel de Hafsia Herzi y rodeados por actores no profesionales.
La película que se beneficia de una Francia rural, abierta que recuerda a la de Raymond Depardon, acoge a nuestra extraña con una sonrisa en calles, bares y carreteras perdidas, siendo una road movie que empieza siendo una huida en el momento en que Bettie sale a comprar tabaco y llorando en su viejo Mercedes no quiere volver (Maravillosa y tierna la escena con el viejo y solitario hombre que le lía un cigarro) para acabar siendo una oportunidad perfecta para reconstruir un poco su vida con la llamada de su hija que le pide ayuda.
Y al final, tenemos ante nosotros una película que no hace avanzar, innovar o renovar el cine (Para eso ya están otros) sino que coge muchas cosas ya vistas, las mezcla bien, las sirve mejor y nos regala un retrato libre de una mujer en su senectud, una comedia dramática llena de luz, vitalidad, ternura, y a la vez, siendo profunda y tremendamente emotiva. Y unir todo esto con tanto acierto, no es una renovación del cine, pero cuanto menos, es una formula con la que pocas veces nos encontramos en estos tiempos. Es un placer salir del cine con una sonrisa en la cara, y un poco los ojos vidriosos tras haber presenciado una obra directa y que acaba siendo, como se dice por aquí, “Un coup de coeur” inmediato.