La adolescencia, época vital definitoria del descubrimiento del mundo y de uno mismo. El paso a la madurez evoca indefectiblemente los innumerables clichés que ha dado el metagénero del cine adolescente en la filmografía mundial, contagiado en demasiadas ocasiones por un tratamiento excesivamente aspiracional o idealizado del filtro generacional al reflejar las inquietudes personales de los cineastas. Algo que en Sangailė (2015) la directora lituana Alanté Kavaïté parece querer evitar deliberadamente mientras nos traslada a ese momento casi mágico de la vida en que nos enfrentamos al abismo: dejar atrás las expectativas de nuestros padres y de la sociedad para empezar a actuar fieles a nuestros anhelos y verdaderas identidades. Un enfrentamiento con todo y todos no exento de los terrores que emergen desde lo más profundo de nuestra alma para recordarnos cuan frágiles podemos llegar a ser, ni de los obstáculos reales e imaginarios que encontramos a nuestro alrededor.
La joven Sangailė (Julija Steponaityte) pasa el verano en la casa de campo familiar con sus padres. En una exhibición de acrobacias aéreas que se realiza en un aeródromo cercano conoce a Auste (Aiste Diržiūtė). Aunque cierta atracción entre ellas parece surgir de inmediato, la perseverancia de Auste es lo que consigue romper el cascarón de una reticente e introvertida Sangailė, iniciando una relación de amistad que por su lógica evolución pasará a ser más cercana hasta convertirse en un intenso amor de verano cuyas experiencias transforman a la protagonista que da título a la obra. Sangailė demuestra cierta apatía, timidez y represión de sus emociones mientras Auste es una muchacha que no compromete su comportamiento más allá de lo estrictamente necesario. Se expresa sin pudor a través de las palabras y de su físico, además de poseer una faceta artística que refuerza su capacidad de reafirmación personal mediante su creatividad, ya sea diseñando ropa, cocinando o realizando fotografías.
La obsesión de Sangailė por las acrobacias aéreas y su vértigo expresan visual y conceptualmente de forma directa el conflicto de identidad de la protagonista. El único camino posible para alcanzar esa libertad que otorga la posibilidad de volar es superar el pánico que le provocan las alturas. Desligarse de las actitudes y las opiniones de los demás y dejarse llevar por su verdadero yo en una relación con otra chica le ayuda a explorar tanto su individualidad como su sexualidad en un proceso en el que influye de forma clave el lastre de las proyecciones y las frustraciones de sus progenitores, insultantemente ausentes y ajenos a la crisis que está experimentando en un ensordecedor silencio. Es el reconocible miedo a vivir la vida siendo ella misma, aun consciente de que será lo único que puede satisfacerla, lo que la aparta de poder aspirar a ser feliz.
El aspecto más destacable de este ejercicio de introspección y desarrollo sentimental es la delicadeza y sensibilidad extraordinarias con las que se maneja la sexualidad de Sangailė. En su demostración de discurso de género implícito la película da por sentado que la única con derecho a cuestionársela es ella misma, presentándola como cualquier otro elemento narrativo en el film, al servicio de su viaje de autoconocimiento y de vehículo de conexión con otros. Ese tratamiento alejado del efectismo de una relación homosexual entre mujeres es una prueba y una reacción, que ya es una tendencia clara fuera y dentro de la ficción, de la necesidad de representar la diversidad sexual al margen de los obsoletos cánones heteronormativos de la sociedad. Presente también está el contraste entre las distintas manifestaciones e interpretaciones de los roles de género y su relación con la idea de femineidad, con las dos protagonistas situadas en puntos considerados opuestos según los establecido.
La cinta se mueve con soltura a través de su dirección artística, vestuario y cuidada fotografía entre la frialdad y palidez del hogar que envuelve a la protagonista y lo colorido del carácter, ropa y entornos de su nueva amiga. Entre la cálida luminosidad de las secuencias que comparten en la naturaleza, de una atmósfera onírica, y el rico y abundante colorido que captura la belleza de sus encuentros más íntimos, aproximándose incluso a una estética cercana a la fantasía sobrenatural en los momentos cumbre del descubrimiento minucioso de sus cuerpos. Un relato que aunque compuesto por secuencias con perspectivas, tono e intenciones variadas, nunca pierde su coherencia. Esto sucede gracias a su consistente dirección, la autenticidad extraída de las interpretaciones y un guión consecuente que no traiciona la sencillez de su planteamiento. Construye así una historia extremadamente íntima que a la vez puede reivindicar por derecho su validez universal.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.