A lo largo de la historia, una pregunta ha sido comúnmente repetida entre los mortales: “¿De dónde venimos?”. Dejando a un lado la confrontación entre teorías científicas y religiosas para explicar el origen de lo que conocemos como ser humano, lo que está claro es que cada individuo sólo tiene un origen posible y muy claro: el vientre de una madre. Eso es lo único tangible, más allá sólo existen conjeturas.
Hay artistas que dedican una parte de su obra para poner de relieve el papel que las mujeres poseen en la perpetuación de la especie humana. Relacionado con el cine, una de las últimas propuestas que nos llegan es El sexo de las madres, dirigida y escrita por la argentina Alejandra Marino. En este caso, se trata el tema de la maternidad desde un prisma pesimista, ya que se plantea hasta que punto el pasado de las madres puede influir en sus descendientes.
La película nos narra el reencuentro de Laura y Ana, dos viejas amigas que no se veían desde hacía muchos años. Laura trabaja como asistente en partos y tiene un hijo llamado Juan. Ana, por su parte, es madre de tres hijos, pero sólo tiene la custodia de Roberta, una joven que acompaña a su madre en un abandonado hotel de un pueblo en la región de Tucumán. Pronto se hace palpable el pasado lúgubre que ambas tienen en común, un pasado cuyo epicentro supone la peor de todas las concepciones: una violación. A lo largo de la película veremos cómo Laura y Ana recuerdan los buenos y malos momentos que vivieron juntas a la vez que tratan de evitar que sus hijos conduzcan a través de un camino similar al que ellas atravesaron.
El planteamiento de El sexo de las madres resulta bastante interesante y puede dar pie a infinidad de situaciones y análisis sobre el comportamiento del ser humano. Desafortunadamente, la obra de Alejandra Marino discurre por la vía fácil, ofreciéndonos un argumento más digno de un telefilme que de un auténtico bisturí sobre la conducta materna, como en principio se podía prever. La película va perdiendo fuelle de manera alarmante con el paso de los minutos y buena culpa de ello tiene la excesiva robotización de los personajes; el tópico entra en escena y convierte a unos protagonistas que hasta el momento habían sido reales, palpables y creíbles, en un mero retrato de otras muchas películas que han tratado el tema de manera muy similar.
Una lástima, porque lo cierto es que la actuación de las dos actrices principales (Roxana Blanco y Victoria Carreras) es bastante buena y, de haber evolucionado sus papeles en lugar de quedarse en meros personajes planos, seguramente estaríamos hablando de dos grandísimas sorpresas. No se puede decir que los dos actores más jóvenes rayen al mismo nivel; particularmente, Thaiel Arévalo posee muy poca expresividad y en los momentos más emotivos de la película le pasa factura su escasa experiencia en el oficio.
A El sexo de las madres le falta por tanto un punto más de riesgo, apostar por un argumento más constructivo en lugar de tirar a lo fácil para no romper con el ritmo. Lo cierto es que el tranquilo (y hermoso) paisaje de Tucumán invitaba a una película más lenta, que se tomase el tiempo necesario para evolucionar a sus personajes y así construir un verdadero análisis sobre la psique materna y cómo los oscuros vestigios del pasado pueden quedar o no sepultados. Desafortunadamente, se ha sacrificado la segunda lectura para apostar por lo explícito, así que habrá que seguir esperando para volver a ver otra película que realmente sepa expresar lo que supone la maternidad para la propia madre, sus hijos y para el devenir de la humanidad, que no es poca cosa.