El cineasta afincado en Estados Unidos durante más de dos décadas, autor de títulos como ¿A quién Ama Gilbert Grape? o Las normas de la casa de la sidra, regresa ahora a su país natal (donde dirigiera en el 85 Mi vida como un perro) para cambiar de aires y de tercio, y es que Hallström se sumerge con esta El hipnotista en un género que en sus más de treinta años de carrera no había ni siquiera flanqueado, el del thriller.
Esa vuelta a Suecia parece traducirse más bien en términos de necesariedad al construir una obra adscrita a la novela negra (es, de hecho, adaptación de un best seller de Lars Kepler), que como una vuelta definitiva de Hallström al cine sueco, exprimiendo aquellos factores que mejor comulgan con la génesis de un film donde interpretaciones y ambientación resultan claves para llevar a termino una propuesta afianzada en la mejor tradición del cine negro que proviene del norte.
En base a ello, se podría decir que El hipnotista es una propuesta que bebe de una atmósfera reforzada tanto por una fotografía que rechaza tonos agresivos e incluso se acerca a esa frialdad tan nórdica en ocasiones, así como de un tono conseguido gracias a un elenco en gran parte experimentado (en él sobresalen nombres como los de Mikael Persbrandt, protagonista de Día y noche o En un mundo mejor, y Lena Olin, que ha trabajado con cineastas de la talla de Polanski y Lumet) que comprende a la perfección las señas de un trabajo adscrito a la larga tradición del país en ese campo.
Otra de las señas del nuevo film de Hallström es el retorcido trayecto de un relato que se ennegrece, pero pierde enteros en la construcción de una intriga que incurre en vaguedades varias para seguir dando pasos sin que parezca importar que con ello se esté desarticulando tanto un llamativo discurso (finalmente, quedan cabos sueltos entorno a la figura de ese hipnotista) como la personalidad de un villano que termina dejando en entredicho la construcción de un personaje sobre el cual parecía pender un plan frío y calculado.
Quizá el mayor error del guión resulte, en ese sentido, la indefinición de un personaje que no contrasta en absoluto con el resto de roles atribuidos en la obra: mientras en ese hipnotista podemos hallar la figura de un padre que se encuentra en un seno familiar en vías de descomposición debido a la tibia relación entre él y su mujer, así como las intervenciones de un hijo que parece tener en su padre al perfecto confidente (en ese aspecto, sorprende como le habla a él sobre la relación que mantienen padre y madre), o ante ese comisario nos topamos con un tipo solitario de calido carácter, no podríamos decir lo mismo de una mente que se termina deshilachando en un último y torpe acto.
A favor, y lejos ya de esa construcción, cabe destacar el temple que aplica Hallström para llevar una de esas obras donde la intriga, por futil que pueda resultar en ocasiones, prevalece ante la acción, y el tempo resulta fundamental para intentar armar tanto atmósfera como tono.
Definitivamente, El hipnotista no es la obra idónea si alguien desea volver a sentir el pálpito de una de esas composiciones de novela negra que tantos grandes resultados han ofrecido, pero probablemente encuentre en ella algunos de los principales factores a tener en cuenta para sumergirse en uno de esos trabajos donde la intencionalidad está puesta en la modulación por mucho que termine por no encontrar los resultados adecuados en un relato que no sirve de parapeto a lo logrado (en ocasiones, parcialmente) por Hallström y un elenco actoral que muestra dotes, compostura, pero al que las falencias de una historia que siempre quiere ir por delante del espectador y, en realidad, en casi ningún momento lo logra, terminan lastrando para dejar esta El hipnotista en otra curiosa distracción de ver y olvidar. Algo que, por desgracia, nadie esperaría de una crónica negra sueca.
Larga vida a la nueva carne.