Los thriller políticos tienen fama de ser películas lentas, densas, y precisamente por ello, por la falta de otros estímulos más allá de la inteligencia y un guión muy cuidado, no suelen llegar a un público masivo, sino que van dirigidas a aquellos espectadores capaz de seguir la compleja retórica de sus historias.
El estudiante, debut en la dirección de un Santiago Mitre al que se le nota su trabajo previo como guionista (Leonera, Carancho), es un thriller político maravillosamente bien construido, basado en diálogos e interpretaciones, sin necesidad de más armas, pero complejo, muy complejo. A la dificultad inherente a este tipo de cintas se le añade el hecho de que, como se puede intuir, la política no tiene que ver con gobiernos, empresas o comunidades: Tiene que ver con la universidad, con la universidad pública de Argentina y las ideas políticas de los estudiantes que allí circulan.
El cineasta argentino afirma que quería plasmar el fenómeno que sucede en aquellos lugares, donde las asociaciones de estudiantes se radicalizan para plasmar su propia realidad política, llegando a haber una curiosa función de la universidad como arma para los regímenes.
Esta particular visión de la democracia porteña tiene un doble camino: Por un lado, se trata la alta política, aquella que pertenece al país, que trata de valorar el camino recorrido por los grandes líderes argentinos hasta llegar al día de hoy, que repasa como han sido las cosas para llegar al momento actual. Por otro lado, tenemos la visión particular de la política, como se vive en las carnes de una sola persona, como las ideas y creencias, las actitudes y valores, lo ideales y los códigos evolucionan a medida que uno se adentra en este pantanosos terreno del poder.
Para ello contamos con lo que es el núcleo de la trama en sí, la llegada a Buenos Aires de Roque Espinosa para estudiar en la Universidad. Roque, interpretado por un Esteban Lamothe que lo borda en su primer papel protagonista, pronto cambiará el mundo de las aulas y los exámenes por el de las asociaciones universitarias, el politiqueo y los juegos de poder. Pronto descubrirá que realmente, ese es el ambiente donde se siente más a gusto. Pero tendrá que enfrentarse al doble juego que se práctica en esos círculos.
La mentora de Roque será su profesora, una Romina Paula que se ve oscurecida por el gran papel de Lamothe, pero que sirve para dar un contrapunto al argumento principal, creando una historia de amor y odio que permite respirar a la trama principal.
Quizá la mayor traba que se encuentre este film sea el hecho de que el fenómeno que trata de explicar, perteneciente a la Universidad de Buenos Aires, es difícil de comparar con cualquier otra realidad, por lo que hasta que hasta que uno consigue entrar en el juego que propone Mitre puede estar ciertamente perdido.
Pero son mucho más los argumentos que juegan a su favor. La fácil y rápida identificación que se puede conseguir con el personaje protagonista, la fluidez y la fuerza de los diálogos y situaciones, la invitación a la reflexión personal a través del cine o el hecho de huir de tópicos y etiquetas ya manidas y poder ofrecer una perspectiva política desde un punto de vista bastante objetivo deberían ser algunas de las bazas de este largometraje. Desde luego, como debut es sobresaliente, un claro ejemplo de la fuerza con la que llega el nuevo cine argentino.