Enrique Granados, además de ser un claro exponente de la historia musical de índole internacional, supone uno de los mayores aportes culturales que ha dado España en los recientes siglos. Nacido en Lérida en 1867 y con el piano como principal arma compositiva, tiene un legado productivo que traspasó fronteras desde sus primeros años de carrera y que en su día le impulsó a ser un artista querido, más por un público devoto que por la crítica, hasta llegar a ser considerado toda una leyenda y un capítulo aparte de la historia musical de finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Aunque siempre anexado al panorama intelectual y cultural de su Cataluña natal, sus vivencias profesionales recorrieron ciudades de la importancia de París o Nueva York, logrando un impacto local en todas ellas dentro de una meteórica labor productiva que vio su fin de manera prematura cuando, en plena Primera Guerra Mundial, un submarino alemán derribó el barco en el que viajaba junto a su esposa en pleno canal de la Mancha.
Arantxa Aguirre, quien ya había dirigido previamente documentales como El esfuerzo y el ánimo o Dancing Beethoven, presenta ahora El amor y la muerte. Historia de Enrique Granados, que como su propio título indica supone un viaje a través de las coyunturas biográficas y profesionales del compositor desde unos duros inicios hasta su precipitado y funesto fallecimiento. Con una narrativa sobria, de empaque visual arraigado en un temperamento artístico que procede a delimitar cierta separación con el documental convencional, alternando además diferentes reflexiones de personas relacionadas con Granados, desde diversos estudiosos de su figura hasta la pianista Rosa Torres-Pardo, quien además de producir la cinta es también autora de algunas de las versiones de las piezas de Granados que ambientan sonoramente el conjunto de imágenes; estas, que algunas de ellas se anexan al lienzo en un impresionante trabajo de ilustración, consiguen que la obra nos acerque a las calles y ubicaciones que formaron parte de la vida del músico.
El documental pretende hacer hincapié, dentro de un sentido por lo narrativo totalmente cinematográfico, por todos los entresijos idiosincrásicos de Enrique Granados; su indudable talento para la composición, los duros y modestos orígenes como pianista de cafés, las ansias de superación en unas coyunturas vitales hostiles o sus primeros triunfos, que le permitieron viajar a ciudades como Madrid, París o Nueva York, donde inevitablemente tuvo que sortear las vicisitudes propias de una meteórica carrera como la suya. En la obra se recrea, con unas querencias por el estilismo artístico que podrían recordar a las vistas en un proyecto de temperamento similar como la reciente Loving Vincent, un envoltorio gris y decadente, que vuelve a conectar con el propio título del documental; la vida de Granados fue todo un vaivén melancólico, donde se sujetan conceptos como el amor, el miedo a la pérdida, una personalidad temerosa y retraída, los merecidos éxitos y los inconvenientes del destino. Las voces en off, donde Jordi Mollà interpreta al propio Granados y Emma Suárez a su inseparable Amparo, añaden un plus de delicadeza dramática en un producto dotado de un tempo y emotividad acordes al tan vigoroso como taciturno legado biográfico del artista.
El amor y la muerte. Historia de Enrique Granados propone un viaje a través de un compositor romántico, de incesante inquietud cultural (su relación con la obra de Goya, que le fascinaba y genera además una de sus composiciones más reconocidas, tiene una obligada importancia aquí), revistiéndose narrativamente de un conjunto audiovisual que supone un acercamiento íntimo y emocional a través de la singularidad y legado del autor. Un documental del que se leen también unas visiones claras hacia la reivindicación y reconocimiento, ambos necesarios dadas las entusiastas lecturas que se hacen aquí de los vestigios del músico. Además, la obra no se conforma únicamente con exhibir hechos y acontecimientos, sino que lucha por lograr un empaque de la imagen que reviste de manera admirable el conglomerado artístico que rodeó a Granados, ensamblado con el cariz más importante de su figura: sus ya imprescindibles composiciones.