La fascinación de gran parte del cine asiático por la violencia y el dolor es uno de los principales aspectos que lo hacen tan atractivo a los ojos del público occidental. Un cine en el que los martillos, los destornilladores, los anzuelos, y las agujas suelen hacer estragos hiper-violentos sobre sus desamparadas víctimas. A partir de un hecho real del que no sabemos si hay mucha similitud con lo que se narra en la película, Dream Home nos remite a las obras más provocadoras del cine asiático sangriento: las japonesas Audition, Ichi the Killer (ambas del prolífico Takashi Miike) y Grotesque. Fuera del país nipón también está emparentada con el emergente gore que viene desde Francia: Martyrs y À l’intérieur, aunque posee más elementos cómicos que estas. A diferencia de la mayoría de las cintas citadas anteriormente (salvo Audition, donde se reservaban lo mejor para los alucinantes diez minutos finales), la parte macabra en Dream Home está muy dosificada y tiene un trasfondo dramático poco habitual en el género.
Cheng Lai-Sheung es una treintañera cuyo único y obsesivo sueño que tiene desde niña es vivir en un hermoso apartamento con vistas al mar, una idea que asocia irremisiblemente a la felicidad. La joven lleva años ahorrando dinero trabajando de tele-operadora y de dependienta en una tienda. Tiene a su cargo a un padre enfermo y un hermano adolescente, que se convierten en un obstáculo para llevar a cabo sus sueños. También veremos ‹flashbacks› de la infancia en condiciones muy precarias por la que tuvo que pasar Cheng, muy unida a su abuelo, y sus recuerdos de vivir en el puerto de Hong Kong. Cuando por fin ha reunido el dinero para hacerse con la casa de sus sueños, todo se viene abajo por la corrupción política y la intervención de las mafias del lugar, lo que provocará que nuestra protagonista tome una drástica solución: intentar abaratar la compra sembrando el pánico en la zona convirtiéndose en una auténtica psicópata en busca de justicia.
Dream Home está claramente diferenciada en dos partes. Va mezclando situaciones del pasado de Cheng Lai-Sheung con el presente, donde presenciamos nada más comenzar la película cómo comete el brutal asesinato del vigilante de seguridad de un edificio, ataviada con un mono de trabajo, y utilizando como arma mortífera un destornillador y unas bridas. Mientras los crímenes se desarrollan, se intercalan ‹flashbacks› que van mostrando las motivaciones de esa conducta tan radical por parte de nuestra protagonista. El muestrario gore de este ‹slasher› tan poco común es de lo más variado y ameno: litros de hemoglobina, ultra-violencia perpetrada con un destornillador (con gran predilección por los cuellos), empalamientos, amputaciones varias (con alguna sexual incluida), y casquería de lo más sofisticada.
La narración sorprende por sus derivaciones sociales tan cercanas a la actualidad que nos rodea, con el tema candente de las hipotecas y de la burbuja inmobiliaria, provocado por un sistema depredador que beneficia claramente al especulador y dificulta el acceso a la vivienda a las clases sociales menos favorecidas. También toca otro tema importante en la sociedad asiática, y en la hongkonesa en particular: el tradicional machismo. Sin intentar adoctrinarnos, mezcla el cine de denuncia (aunque esta se perciba más enfocada hacia la sátira) y el mero entretenimiento con el gore más macabro, aderezado con algunos elementos de un humor muy negro. La obra de Ho-cheung mantiene un equilibrio perfecto entre esos géneros tan dispares gracias al constante uso de los ‹flashbacks› (llegando a incluir recuerdos dentro de otros recuerdos, como si de una ‹matrioska› se tratara), logrando que el film no se convierta en un espeso drama social ni en una carnicería constante, que probablemente saturaría a mitad de metraje (como sucede con Grotesque). Una película que puede llegar a aburrir a los fanáticos más puristas del gore (la duración de las escenas sangrientas no llega ni a la media hora) y poner de los nervios a los más relajados amantes del drama con tintes sociales debido a su alto contenido sangriento.
La dirección de Pang Ho-cheung en su primera incursión sangrienta es muy meritoria, con un trabajo hábilmente diseñado, un aspecto visual digno de mención, y una gran habilidad para romper con las tradiciones y convenciones del gore y del drama social. El director de fotografía Yu Lik-wai es uno de los artífices de esa imponente envoltura formal, con grandes encuadres y un uso de unos colores muy cargados. Otra de sus grandes bazas es el gran trabajo de maquillaje y de efectos especiales, que logran que su parte macabra sea muy consistente y bastante creíble, a la altura de las mejores del género. Se le puede achacar que hay algunas licencias cómicas que no vienen muy a cuento, como la del personaje que se pone a fumar un porro tranquilamente con los intestinos colgando, pero ayudan a desdramatizar ligeramente tan apoteósica violencia.
Josie Ho, con esa apariencia de mosquita muerta inmersa en su particular día de furia, es el auténtico alma de la película, consiguiendo mezclar perfectamente el estado de inocencia y vulnerabilidad que muestra su rostro con la transformación en una auténtica psicópata, que carece de cortapisas morales en sus atroces actos. Precisamente, la actriz y cantante hongkonesa es también productora del film.
En definitiva, una cinta que merece mucho la pena para pasar un rato muy entretenido (no exento de profundidad dramática) si se tiene un estómago preparado para este tipo de lindezas.
Me la has vendido totalmente.