Tras el éxito de su corto Videojuego, que obtuvo el premio Casa de América al Mejor cortometraje iberoamericano en 2011, Dominga Sotomayor ha decidido ampliar la idea del mismo en su primer largometraje, De jueves a domingo.
Concebida como ‹road movie›, esta cinta nos muestra a través de los ojos de Lucía (Santi Ahumada) el viaje con su familia hacia el norte de Chile para disfrutar de un puente. Durante el trayecto, que abarca toda la película, Lucía y su hermano Manuel (Emiliano Freifeld) observarán las grietas que hay en la relación entre sus padres mientras tratan de vencer la monotonía de la carretera.
Por esto podemos decir que solo se puede entender la ‹road movie› como concepción, pero no como desarrollo. El coche donde viaja toda la familia aporta agobio, encierro, sensación de parada, pero a la vez obliga a que Lucía, a medio caballo entre la ilimitada candidez de su hermano pequeño, pero sin llegar a percibir todos los recovecos del mundo de los adultos, se fije en sus padres pero no acabe de entender lo que está pasando.
Y es que entre los progenitores (Paola Giannini y Francisco Pérez-Bannen) algo está pasando. No acaba de quedar muy claro lo que es, no se nos dan más detalles de su conflicto, pero ahí reside la gracia. Dominga Sotomayor consigue ponernos en el siempre difícil punto de visto de un niño. De este modo percibimos sin entender, somos testigos pero no juzgamos. Simplemente, tratamos de comprender lo que pasa sin tener todos los datos.
El viaje supone también una buena excusa para mostrar los hermosos paisajes de la nación chilena, un contraste idílico que vemos en los exteriores del coche y que sirve de contrapunto para el tenso ambiente que hay dentro del mismo.
El uso del símbolo también está muy presente en la pieza de Sotomayor. El viaje como transición hasta la edad adulta, el terreno que el padre quiere legarle a Lucía sirviente del futuro o algunas tradiciones chilenas que están presentes a lo largo de la historia y que sirven para ilustrar el sentido patrio.
Es también destacable la actuación de la jovencísima Santi Ahumada, que en ningún momento se siente incómoda en un papel tan protagonista como el que tiene, con el film construido alrededor de su personaje. Habrá que permanecer atento al futuro de esta pequeña intérprete.
También hemos de decir que el film, obviamente, también tiene sus fallos. Para mi, el peor es la indecisión narrativa que manifiesta, pues en una película concebida como realista, quizá para tratar de llegar a un público más amplio, se nos manifiesta siempre esa sensación de que “Aquí va a pasar algo”, quedándose así a medio caballo entre el realismo más puro y el drama, pero sin decantarse por ninguno de los dos. Asimismo, a veces uno puede acabar perdido entre la gran cantidad de símbolos que se nos dan, sin acabar de entrar en la historia por quedarse en la metáfora.
De todos modos, y sobre todo teniendo en cuenta la juventud de la directora, que tan solo cuenta con 27 años, esta ópera prima tiene el don de llegarnos al alma. Quizá porque todos hemos vivido algún viaje del tipo narrado. O porque nos acordamos de esa inocencia perdida y nos vemos reflejados en el personaje protagonista. No es de extrañar que festivales como el de Rotterdam y el de Granada hayan premiado este trabajo, que, visto desde múltiples perspectivas, resulta muy interesante. Para no perdérselo.