Dos mujeres con vidas y personalidades muy diferentes viven en un pueblecito de Cerdeña, conectadas a través de una niña de diez años. Una tiene una posición económica segura, una pareja estable y unas ideas claras de cómo educar y cuidar a su hija. La otra se encuentra hundida en deudas, pasa las noches emborrachándose y manteniendo encuentros sexuales esporádicos con desconocidos. A las tres las une una relación que pone a prueba su manera de ver el mundo cuando la pequeña Vittoria descubre que el indescifrable personaje de Alba Rohrwacher es en realidad su madre biológica. Si ya es importante de adulto conocer nuestros orígenes para entender quiénes somos, mucho más en un momento previo a la adolescencia cuando cada día supone un paso enorme en una dirección distinta según el impacto de las experiencias vividas y los descubrimientos. Y a partir de esto Laura Bispuri elabora en Daughter of Mine un triángulo dramático maternofilial que centra su mirada en la experiencia de las dos mujeres al tener que afrontar y asumir las decisiones del pasado y las consecuencias que las mismas han supuesto para la niña. Una víctima de las circunstancias que se encuentra de un momento para otro con dos madres y la tremenda confusión de desconocer qué se espera de ella y qué rol debe asumir para contentar a ambas.
La cámara en mano sigue de cerca a las tres actrices desde una aproximación naturalista y no deja fuera las motivaciones ni el impacto psicológico de ninguno de sus personajes, alternando entre ellas para explorar los efectos de sus pequeñas y grandes decisiones en el transcurrir de lo cotidiano. Un juego, una canción, una comida, una fiesta de cumpleaños, una discusión, un paseo… ¿Tiene el vinculo biológico una capacidad de influencia emocional comparable en alcance al de la crianza y cuidados durante años? Las dudas y los temores del personaje de Valeria Golino a que su hija establezca unos lazos más fuertes que con ella la obsesionan progresivamente según avanza el metraje. Se encuentran aquí dos formas contrapuestas de entender no sólo la maternidad, sino el mundo y la experiencia del mismo, el placer, el riesgo y las expectativas de dos mujeres que pertenecen a clases sociales muy alejadas una de la otra en prioridades y forma de subsistencia. Este retrato familiar no queda aislado nunca del contexto socioeconómico de la región del sur de Italia en el que transcurre todo, capturando las dificultades del día a día y la situación de sus habitantes.
En este escenario con elementos de realismo social surge la cuestión intrínseca al conflicto del film: ¿qué es ser una buena madre? Si bien es cierto que la manera de representarlas es extremadamente polarizada, esto sirve para implicar moralmente al espectador desde el principio y obligar a posicionarse. Un posicionamiento del que sin embargo huye Bispuri, buscando una cercanía que ayuda a comprender su psicología mostrando sus acciones y el dolor que provocan en los demás y en ellas mismas. Un proceso en el que poco a poco se incluye la misma Vittoria, que demuestra su capacidad para aceptar y adaptarse a las peculiaridades de su nueva situación tal como sólo alguien de su edad puede hacer. Al final se crea una múltiple proyección narrativa entre las tres a varios niveles. Primero la madre adoptiva y la biológica ven una en la otra lo que pudo haber sido su vida si hubieran tomado quizá otro camino al que eligieron en su día. Segundo, la niña ve reflejada en las adultas algunas de sus características propias asumidas y reproduce otras ajenas a modo de prueba. Tercero y último, los personajes de Golino y Rohrwacher encuentran en su hija los valores positivos y negativos de si mismas y de la otra, que provoca el rechazo pero al mismo tiempo revela su profundo —aunque no buscado— vínculo que trasciende y desafía cualquier planteamiento tradicional de la familia.
Crítico y periodista cinematográfico.
Creando el podcast Manderley. Hago cosas en Lost & Found.