Caveirão es el segundo trabajo en el metraje de pequeño formato de Guilherme Marcondes (dejando a un lado Into pieces, un tv short de 2 minutos de duración), nueva y genuina voz brasileña en el género de la animación. Su primera incursión en las esferas cinematográficas se saldó con la singular Tyger (Marcondes, 2006), una suerte de relato en clave pesadillesca con una clara mirada crítica a una sociedad que se consume a sí misma y un hermoso canto a la naturaleza, muy en la línea de L’homme qui plantait des arbres (Back, 1988), cambiando el humano protagonista de aquella por un tigre gigantesco, que convierte a su paso la ciudad industrializada y moderna en flora y fauna tropicales. En este cortometraje de escasos 4 minutos de duración, Marcondes se servía de una mixtura de animación en dos dimensiones con imagen real, mientras que el tigre protagonista era movido por varias sombras humanas, lo que otorgaba al pequeño film una mayor sensación de inverosimilitud, de narración fantasiosa.
Pero volvamos al cortometraje que nos concierne. Caveirão es sólo una de las piezas que conformarán el puzzle de The Master’s Voice, un proyecto que pretende aunar obras de diversos artistas basadas en historias sobrenaturales del folclore brasileño. La obra de Marcondes sigue fiel al ejercicio de estilo que marcó con Tyger, pero con una marcada (y celebrable) evolución.
En São Paulo, noche tras noche, exactamente a las 0.33h. el tiempo se congela. Toda forma de vida resta petrificada durante lo que serían unos segundos terrestres. Ese tiempo, muchísimo más extenso en el mundo de los espíritus, es aprovechado por los fantasmas de la urbe paulista para celebrar verdaderas orgías lumínicas y fantasiosas. Éstas son especialmente célebres en la Vila Maria Zélia, edificio ruinoso y abandonado en la década de los años 30. El modo en que aparecen y se reúnen estos espectros recuerda vagamente al florecer de la naturaleza que nos mostró la maravillosa La princesa Mononoke (Miyazaki, 1997) o a aquél artefacto juguetón llamado Big Bang Big Boom (Blu, 2010).
Pero en el fragor de tan intensa celebración comparece lo que en apariencia se asemeja a un humano, aunque su cadavérica efigie nos haga pensar lo contrario. Este personaje (marcada referencia al régimen autoritario policial, basado en O vigilante Rodoviario, serial brasileño de los años sesenta) está dispuesto a chafar el guateque espectral, persiguiendo inmisericorde a quién se le ponga por delante. Si bien el relato se abre como una celebración de la vida (con una virtuosa fusión de la imagen real con la animada y con una fotografía luminosa y festiva), a medida que avanza el metraje, la narración se oscurece, se torna pesadillesca, hasta cerrarse de forma más bien deprimente.
No sólo la magnífica fotografía (que hace que incluso la Vila Maria Zélia parezca viva) ayuda a crear este clima de ensoñación malsana, también es necesario hacer una mención especial a la maravillosa composición musical (basada en el tango para piano Tenebroso, de Ernesto Nazareth, en 1913) que fluye de forma armoniosa con el tono que tiene y adquiere este cuento fantasmal. Si alguno quiere transportarse al imaginario popular más oscuro de la metrópoli paulista, Caveirão es, sin ningún género de dudas, una elección fabulosa.
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