Los restos de Lestat recorren tantas páginas en la literatura fantástica que es normal que Neil Jordan no se conformara con una única visión de los vampiros. Aunque Anne Rice quedó atrás como un capítulo cerrado al llevar a la gran pantalla su obra más conocida, Entrevista con el vampiro, la película dejó un aspecto superficial en el aire que Jordan ha querido rescatar años después: cada vampiro, atormentado por sus secretos, tiene una historia propia mucho más fogosa que la simple inmortalidad de la sangre. Es por eso que se decide a actualizar su clásico y profundizar en otras vidas, en otros tiempos y en otras reglas. Así nace Byzantium.
Sin alejarse demasiado de los cánones básicos del vampirismo, una joven escribe su historia inenarrable para lanzarla al viento, una historia de doscientos años de antigüedad que se repite constantemente para encontrar el significado a su propia existencia. Pese a esa soledad impuesta, su aspecto no es más que el de una adolescente pelirroja que tiene en sus manos el indómito tiempo. Por el contrario, una mujer vende su cuerpo moviéndolo de un modo rabioso para jugar ante los hombres, una transacción más vieja que su propia alma perdida en algún momento de una historia que desconocemos, ligada a la que vuela en trozos de papel. Dos mujeres unidas por la sangre, que caminan por el mundo sin un rumbo concreto, ligadas a una única idea: seguir.
Comienza de este modo el duelo de personalidades entre dos mujeres que no pueden vivir sin la otra, que tienen su modus operandi para conseguir lo que necesitan, con una idea tan distinta de lo que es la realidad en la que viven. Ambas se alimentan de sangre, como entrega o castigo, cada una tiene su estilo e interaccionan con los hombres en relación a lo que conocieron antes de su eternidad, una pensativa y solitaria, hundida en su propia penumbra, la otra vitalista e impulsiva, que actúa por instinto.
Neil Jordan se protege tras la versátil pareja que conforman Saoirse Ronan (la inocencia) y Gemma Arterton (la voluptuosidad) para mostrar unas vampiresas distintas, sobre la misma historia de siempre. Para ello dinamiza la historia dando paso a la feminidad y sus telarañas, otro modo de interiorizar la idea del porqué se está aquí paralelamente a la supervivencia más pura de los repudiados. Aprovecha algunas normas que el mismo Nosferatu contemplaba y descarta otras para centrarse en ellas y no en la oscura noche para dar forma a una vida normalizada a la actualidad que no es tal. Muestra unos errores que cometer a lo largo del tiempo, como si lo aprendido en vida fuese lo que te acompañara en la muerte, sin necesidad de aprender nada nuevo al considerar el tiempo extinto. También juega con la credibilidad, lo que uno está dispuesto a concebir más allá de lo que ve, sin prudencia alguna, en dos narraciones distintas, la que nos ofrecen los escritos sobre el pasado, el verdadero nacimiento de las protagonistas, pinceladas que componen una imagen a lo largo del film, y el ahora, la banalización de su modo de subsistir, una vergüenza para los ancestros y un modo de vida diseñado al gusto para dar rienda suelta a sus deseos.
Nos ofrece dos mundos que chocan, y funciona bastante bien, teniendo en cuenta que no sale de una zona de confort creada para toda historia de vampiros, por mucho que se quieran renovar los estilos. Hay alguien atormentado por su pasado, el vampiro, que recurre una y otra vez por medio de flashbacks a su segundo nacimiento, y aunque en este caso es tremendamente bello e inusual, su repetición es excesiva y lo transforma en algo anecdótico. Hay alguien atormentado por su futuro, que quiere lo que el vampiro tiene. Hay peones que sirven de tapadera a los monstruos y seres oscuros que desean la desaparición de aquellos a los que seguimos con atención, siendo uno de ellos un soplo de aire fresco que por su propio frenesí revuelve el relato. Sin escaparse de las pautas sí deja de lado la sangre, no siendo el límite de sensualidad en este caso, ni un obsceno baño de masas, es un recurso tonal que llevar en la ropa o en los labios, manteniendo su fuerza simbólica. Aprovecha la luz del día en tierras británicas, que aunque sean poco más que brumas da una nueva luz a sus pálidas pieles. Por último, da paso a una de las constantes vampíricas más importantes en toda historia que se precie, la maternidad. Ese instinto protector que todo creador tiene con su obra va un poco más allá en esta película, le añade realidad al solemne acto de dar forma al perdido y crear lazos inquebrantables.
Aunque esos fragmentos que van conformando una historia completa a grandes rasgos nos ofrecen la igualdad a todo lo ya contado, algunos detalles soplan a favor de la película y transforman bases que rompen con las ideas preconcebidas. Falta un poco de protagonismo a ese hotel que toma el nombre del propio film, pero se perdona con la presencia de Caleb Landry Jones y su mirada perdida entre rojos cabellos.