Resulta complicado ubicar el monasterio donde transcurre la mayor parte de Beyond the Hills, última obra del realizador rumano Cristian Mungiu tras su laureada 4 meses, 3 semanas, 2 días, gran triunfadora del festival de Cannes de 2007. No se trata de una cuestión meramente espacial, podría decirse que parece venido de otro tiempo. Efectivamente, poco tardaremos en comprobar que todo lo que ocurre más allá de esas desagradecidas y bellas colinas que menciona el título se rige según un orden particular, ajeno al mundo que las contiene.
Alina, inmigrante en Alemania por pura necesidad, regresa a su Rumanía natal para recoger a su antigua compañera de orfanato, Voichita, para toparse de lleno con que ella también ha encontrado su camino. Recluida en un precario monasterio ortodoxo con la rigidez propia de la doctrina y bajo la tutela de un autoritario sacerdote, ha encontrado el Amor que sobrevivirá a todos sus seres queridos y una verdadera razón de vida. Como espectadores compartiremos la progresiva evolución de la tozuda y desesperada Alina, desde la comprensión silenciosa y distante hasta la indignación y la aceptación más rencorosa del credo, llegando a rozar el desequilibrio engullida por un dogma inflexible que no atiende a razón alguna.
A pesar de la dura mirada de Mungiu a la doctrina y su posicionamiento a favor de Alina, un cuidadoso estudio de personajes permite comprender las decisiones de cada uno en particular, aunque nunca podamos llegar a aceptarlas. Obligada por su Dios, Voichita reniega de sus pulsiones más profundas recluyéndose en la oración ante cualquier acercamiento íntimo por parte de Alina, evidente en la reveladora escena del masaje que define la realidad de su relación pasada. Convencida de una improbable mejoría del estado mental de su amiga una vez abrace las sagradas escrituras, acepta con resignación los métodos que el rígido sacerdote empleará por la salvación de su alma. Las dedicadas monjas, cada una atormentada por su propia circunstancia, no levantan la mirada, mucho menos para mirar a Padre a los ojos. Ingenuamente interpretarán el desequilibrio de Alina como una manifestación demoníaca y comenzarán a encontrar señales que lo corroboran donde no existen. El fuerte temperamento de Alina pondrá a prueba la autoridad del sacerdote, que se siente obligado a reafirmar su posición (siempre en lo más alto del encuadre, mirando hacia abajo) cuando la protagonista cuestiona los pilares de su religión.
Desde el principio queda claro que no existe salida. La represión religiosa y la crítica a los fundamentalismos está patente en numerosas escenas, destacando una larga secuencia en que Alina, antes de su confesión ante el sacerdote, anota cada uno de los pecados que ha cometido, consciente o inconscientemente, de una interminable lista que sus compañeras leen entre risas. La respuesta del resto de estructuras sociales resulta tan desesperanzadora como la aportada por las gentes del monasterio, retratados todos ellos con el oscuro cinismo que impregna la obra. La policía sólo rellena formularios, y el médico receta tratamientos vagos y medicamentos caros. Impasibles asistimos a la charla del educado doctor que necesita camas libres, asumiendo que Alina es una hija más de nuestro tiempo y circunstancia, y que sólo el descanso le hará bien. Exactamente como a su compañera de habitación, que saltó de un quinto piso cuando tuvo un retraso en su periodo. Quizá sea la familia ausente la que termina en peor lugar, con su falsa simpatía y avaricia.
Formalmente nos encontramos ante el naturalismo gélido que caracteriza al nuevo cine rumano de los últimos años. La cámara no se desplaza y siempre guarda las distancias en largas secuencias construidas mediante planos únicos dependientes de un potente trabajo actoral, transmitiendo sin excederse, incluso en las escenas más propicias para ello. Los primeros y ligeros ‹travellings› se hacen de rogar hasta que la situación explota irremediablemente. A pesar de la pasividad y falta de intermisión por parte del realizador, la apuesta por la cámara en mano en casi todo el metraje aporta una cercanía culpable. Un adecuado empleo de las elipsis compacta una dilatada acción y favorece el ‹crescendo› emocional de la obra y la utilización del fuera de campo unida a un certero empleo de la banda sonora impacta sin llegar a lo explícito, creando uno de los momentos más potentes de la obra, cercana la conclusión.
La última secuencia, una charla cotidiana sobre las interminables obras y los consabidos atascos, deja patente el inmenso salto que separa la civilización del monasterio tras las colinas. Finalmente descubrimos el verdadero poder de Padre, por primera vez a la altura del resto, y percibimos un cambio en Voichita, que viste de un blanco a la vez optimista y culpable. En manos del espectador queda el sacar conclusiones y señalar culpables, aunque la mano general debería apuntar más alto, al espectro que delimita una sociedad anquilosada que tensa demasiado la cuerda. No todo iba a ser cargar contra la religión.