La última película de Goran Paskaljevic apela a la memoria histórica como herramienta necesaria para proteger nuestro presente y futuro. Según el director serbio, tan importante es preservar el recuerdo de un drama pasado cómo ser consciente de los dramas presentes, algunos de ellos ignorados con frecuencia. Ahí es donde Paskaljevic plantea un interesante paralelismo (al menos en apariencia) entre la discriminación judía tenida lugar hace décadas y la marginación gitana que tiene lugar aún en nuestros días. Al nacer el día plantea una especie de limpieza de conciencia a través la concienciación hacia nuestro presente, acaso una suerte de camino hacia la expiación por unos (supuestos) pecados que involuntariamente cometimos con nuestra ignorancia. Bien. Hasta aquí todavía podríamos hacer la vista gorda hacia el aire de condescendencia y moralismo que desprende el discurso del director. Pero cuando la película traza una impostada barrera separatoria entre los santos y los pecadores, se hace imposible librarse del mal olor. A partir de entonces, nos encontramos ante una película de discurso prefabricado y dicotómico.
No obstante, Al nacer el día contiene ciertos aspectos positivos que merecen ser tenidos en cuenta. Uno de ellos es la elegante puesta en escena con que arranca la película. Se trata de un seguido de imágenes de bello contenido, tanto estético como descriptivo. Con unas ágiles pinceladas, Paskaljevic presenta a su protagonista exponiendo su profesión y estilo de vida, todo ello en apenas unos minutos. Nos describe con eficacia tanto su ingenua personalidad como su afinada sensibilidad hacia la música. Otro aspecto interesante es el cariño con que se nos introduce al terreno musical que rodea a dicho protagonista, cuidando el detalle de mostrarnos a verdaderos músicos tocando hermosas e imperfectas melodías. Estos rasgos contribuyen a crear una atmósfera de alta verosimilitud, poética y evocadora. Desafortunadamente, todo ello acaba convirtiéndose en un pequeño detalle que queda ahogado por un tópico y almibarado discurso, un discurso que, además de no decirnos nada nuevo, va perdiendo forma a medida que el manierismo de la película se convierte en el centro de atención.
Estamos, pues, ante una película de bello despliegue y pésima resolución, tan interesada en aparentar profundidad que todo su envoltorio inicialmente poético termina por caer en el pozo del olvido. Lo único que nos queda de la película al abandonar la sala es la amarga sensación de haber estado oyendo un manido discurso infantil y muy poco serio. Como si la ingenuidad del protagonista se acabara contagiando a todo el trabajo. No se trata únicamente de un bochornoso discurso moralista que eclipsa todo tipo de belleza estética, sino también de una evidente digresión peyorativa a lo largo de la cuál la puesta en escena va siendo descuidada en favor de la mencionada tesis, una tesis tópica, poco realista y nada convincente. Hablamos de una transformación que afecta tanto a la dirección como a al resto de departamentos fílmicos, a saber, la interpretación, el montaje y demás. Como si todo el equipo fuera perdiendo interés por el producto a medida que avanza la acción, acabando todo por convertirse en una marioneta inanimada, sujetada por il·los tan torpes como poco disimulados.